Calendario

Andrés H.
4 min readJan 8, 2023

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El no tenía forma de saber de que aquella sera el ultimo dia que la vería a ella.

No porque él fuera a morir, ni ella tampoco. Lo cierto es que les espera una larga vida por delante. A ella unos años más que a él, en los cuales también habría de volver a ese día. A explorarlo en la memoria, y aunque el tiempo la haya corroído, los detalles fundamentales parecen imposibles de borrar.

Tampoco era el día en que se conocieron por primera vez, eso pasó hace algunos meses. Pero aquel sería el día en que las casualidades finalmente serían demasiadas y el tiempo les alcanzaría lo suficiente como para que se les acabaran los temas. No los que importan, si no los trivales, la tarde y la noche los sorprenderían con la conversación sobre el clima agotada, con los temas del trabajo también listos para desechar. Y los dejaría entonces con ocasión de otras preguntas, y entre las preguntas nacería la mirada que él no dejó de recordar hasta muchos años después, cuando terminó de cumplir su promesa de hasta que la muerte nos separe.

Pero aquel día va afanado. Va tarde, y cuando se va tarde todo parece salir mal. Incluso los colores de los buses parecen ser incorrectos, aunque esa imposibilidad resulta ridícula, se detiene a pensar de más y concluye que el color de la camisa no es el apropiado para la ocasión. Ya va tarde. Aunque no en realidad, en unos minutos se va a encontrar con que es el primero en llegar y tendrá que esperar 15 minutos más antes que los demás invitados empiezan a hacer sus apariciones, y unas cuantas horas más antes de poder quejarse libremente de la impuntualidad de los demás.

Al otro extremo de la ciudad, ella decide por el color de sus labios sin mucha consideración por el reloj. Tampoco piensa en él o en la tarde, aquella diligencia de trabajo casi mandatoria de juntarse con otros y poner caras felices por lo que dure la fiesta la tiene sin mucho cuidado. Pero es una ocasión para lucir ciertas cosas que raramente tiene ocasión de usar. Ansia por usar una sonrisa honesta, ansia por un tiempo de tranquilidad, lejos de las cosas que suelen apretarle corazón, si eso puede lograr, si puede estar feliz por 2 minutos, la velada valdrá la pena. Es una apuesta difícil y se halla constantemente buscando excusas en su cabeza para no salir. La comodidad de una cama que no juzga, los peluches de animales que hacen aquella idea aún más atractiva, el miedo… no sabe a qué, pero teme. Al final el esfuerzo puesto en vestidos y maquillaje, terminan por pesar más que esa idea de una nueva y tranquila tarde en soledad, al final decide salir — sin saberlo aún — al encuentro de el .

La serie de coincidencias y casualidades que llevaron a la primera pregunta — la primera que importa en realidad — han variado con el tiempo y la memoria.

En ocasiones ella recordó que compartieron el lugar de la cena uno frente al otro, en el último extremo de la larga mesa donde la serie de colegas y platillos parecía igual de inacabable. En ocasiones él insiste en que ella le indico donde sentarse y él tomó su puesto a la derecha de la mujer. En otras ocasiones, el recuerda que su corazón ya cansado de la repitencia de la soledad, la busco entre aquella multitud y que encontrar su rostro familiar ,fue suficiente para querer compartir ese lugar con ella. Otros han sido menos fluidos en su historia e insisten en que los asientos que estaban asignados desde un principio dieron paso a lo que siguió de la velada. El insiste que no puede ser así, que el destino no actuó sobre ellos hasta más tarde, cuando él hizo la pregunta, ella suspira y le besa lentamente, como para recordarle lo poco que importa a la final. Y él acepta la derrota de la memoria, para reemplazarla con esos momentos irremplazables en los que está con ella.

Que la tarde y la noche son inevitables debido a cuestiones planetarias, porque si de ellos hubiera dependido todo lo que hubieran tomado de este mundo sería el tiempo. Pero poco puede la voluntad contra los ciclos inagotables de la tierra y la noche de la velada se va acercado a sus más peligrosas horas, donde la conciencia engrasada con licor se suelta un poco. Donde el comenzó a detallar sus más pequeños detalles y sintió entonces la necesidad de registrarlos todos, y comenzar la colección de sus formas, de sus gestos y las formas como la luz se refleja en su cabello, la curva de sus labios al pronunciar ciertas palabras, la pausada cadencia al explicar alguna cosa, y la emoción en su voz al hablar de las cosas que le llenan el corazón de razones.

Mientras, en el otro lado de la mesa los misterios, sus propios misterios empiezan a abrirse paso. Y ella se pregunta el por qué ahora luce diferente. Le ha visto antes, le ha hablado antes y ha tenido el tiempo de familiarizarse con sus rasgos más generales. Pero sus ojos lucen más grandes hoy, y ella se pregunta porque su sonrisa genera en ella una inevitable reacción igual. Decide que debe dejar de buscar razones, recuerda que vino a.. sonreir? Pero resulta que algo más ha pasado, y no solo le devuelve la sonrisa al viejo colega… es más bien al revés, y empieza a ver su propio reflejo en él. Y sus palabras le retornan algo más que sonidos, viejas historias y anécdotas que han de recontarse incontables veces, y su mirada le dice por primera vez: Está bien. Y ella regresa a casa, sin moverse de su sitio y respira, suspira al momento en que sus manos se encuentran por primera vez y encuentra de nuevo que merece paz.

Él le preguntó por sus planes de mañana, y ella, hizo un espacio en el calendario para el resto de sus días.

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