Carta para regresar de una misión espacial

Andrés H.
4 min readAug 20, 2024

--

Imagen originla https://unsplash.com/photos/ray-of-light-near-body-of-water--p-KCm6xB9I?utm_content=creditShareLink&utm_medium=referral&utm_source=unsplash

Hace un tiempo que dejaron de funcionar los relojes. Los propulsores fueron lo último que logre reparar, algunas partes más cruciales del sistema de navegación y soporte yacen también en ruinas. No necesito relojes para saber que me queda poco tiempo.

Aún quedan otras partes funcionales en la nave, y cuando termine estas palabras espero encontrar un lugar en las habitaciones criogénicas, no hay otra forma en la que logre volver a casa.

A casa. Tengo tantas cosas por contarte, pero claro, todo va a depender de mi habilidad para volver a tu lado, que como verás, está un poco en duda en estos momentos. No puedes escucharlo, pero los crujidos metálicos se hacen más intensos, poco a poco, a veces pienso que estoy a un solo crujido de que todo el sistema se desbarate y la descompresión instantánea me mate sin que siquiera pueda darme cuenta.

Me gustaría saber cuantos años han pasado para ti. Lo cierto es que cruzamos tantos agujeros de gusano y estuvimos en sitios tan extraños, que no puedo imaginarme muy bien lo que solía ser el tiempo. Ahora que recorro lo que queda de los pasillos de Ares II, ocasionalmente encuentro vestigios de nuestras vidas pasadas. Un calendario, por ejemplo. En la tierra mediamos el tiempo, meses, en años, ciclos en torno a nuestra estrella, la gente solía tener sus meses favoritos, aunque en el orden cósmico sean todos más bien iguales. Recuerdo que tu cumpleaños era en junio, y lo mucho que me molestaba el calor de esos días. Lo mucho que te hacían feliz las flores.
Yo dejé de contar mis años cuando pasamos nuestro primer agujero negro, los instrumentos dejaron de ser confiables y la comunicación se perdió. Los otros mantuvieron la calma, estaban de acuerdo que aún no era lugar para despedidas. Teníamos un trabajo que hacer.

No dejamos de intentar comunicarnos, es imposible saber si alguna de mis señales pudieron alcanzarte. El silencio es silencio, sea porque no escuchas, o no respondes ¿Qué clase de fe hay que tener para hablarle todos los días al vacío? Recuerdo a veces a hombres religiosos, rezando cada día a un dios que nunca han visto. La diferencia es que yo si te he visto, que conozco el color de tu cabello, tus colores favoritos, la forma en la que duermes en las noches; un hombre de fe jamás hablarían de las pesadillas de su dios, pero yo las tuyas las conozco bien, las enumero y enlisto los remedios necesarios, es más fácil si recibes la mañana en el lado donde da el sol.

Me he enfrentado a mi propia dosis de pesadillas. En Asterion 12, perdimos el control al intentar una maniobra de empuje gravitacional, yo les dije que no funcionaria, pero Ana insistió. Nos precipitamos contra el planeta a una velocidad que ni siquiera puedo recordar ahora, solo sobrevivimos porque Asterion está hecho de nubes.

No le volvimos a permitir a Ana las maniobras similares. Las nubes de Asterion me recordaron las de la Tierra. Solías detenerte, interrumpir nuestra caminata luego de almorzar y tomarles fotos, porque encontrabas en las nubes formas de animales. Yo nunca les vi demasiado parecido, pero me gustaba detenerme a verte.
Mis nubes favoritas eran las que se pueden ver desde la ventana de un avión. Cuando se ven como un manto que se extiende al infinito, como la sabana inagotable de un gigante, invitando a saltar, a dormir entre algodones eternos. En Asterion quise volver a tu lado. ¿Que tan tarde es muy tarde? Si he cruzado sistemas solares y galaxias, dormido eternos sueños criogénicos, bautizado planetas, perdido amigos en tormentas imposibles, despertado en mundos sin estrellas, y aun así, la idea sigue aquí, si el tiempo y el espacio parecen insuficientes para erosionar el deseo de volver a verte.

Muchos más errores fueron cometidos. Un viaje largo, sin rumbo, sin posibilidades de retorno. Convencidos de nuestro destino, no teníamos más alternativa que completar la tarea. Una larga lista de planetas, coordenadas, muestras por tomar, experimentos, instrucciones, órdenes y resultados.

Uno a uno fueron pereciendo. Es difícil vivir lejos de casa, es difícil querer seguir viviendo. En ocasiones, cuando camino por lo que queda del Ares II, puedo encontrar diarios y anotaciones. Creo que todos hicimos cartas. Recuerdo sus nombres, las formas en que murieron. A pocos los vi llorar, pero siento que todos se quedaron por algo que decir.

Esa última tormenta fue brutal. La nave no resistirá otra igual.
Los últimos vestigios de la vieja maquinaria de propulsión fueron terriblemente dañados, harán falta reparaciones. Laura y John, perdidos al vacío. Siento que vivo un tiempo prestado, aun cuando todo lo que alguna vez quise fue que mi tiempo fuera tuyo.

La navegación funciona ahora. Está basada en un viejo sistema de coordenadas. Yo aún recuerdo la dirección de tu casa, sé que si regreso, será el único sitio que voy a querer encontrar. Anoto con cautela las letras y números, pienso en viejas rutas nocturnas, las luces empiezan a desvanecerse, no siento mis manos, ¿será el efecto de la criogenia?, estoy cansado, me pesan los ojos. Coordenadas aceptadas, nuevo rumbo sobreescrito. Misión abortada. Solo hay un posible destino. Un último camino, que me lleve al lugar de donde nunca debí partir. Déjame regresar, a tu lado.

--

--

Andrés H.
Andrés H.

Written by Andrés H.

Un blog de historias cortas.

No responses yet