Entre los bosques las hojas.
Paula caminaba como un fantasma, con la paciencia de sentir cada paso, a la vez que hay algo de afán en su andar. Su prisa, sin embargo, no perturba las hojas, que a su paso emiten los breves sonidos de un otoño crujiente. Sus pisadas apenas y perturban la armonía del bosque. Aquellas hojas que se rinden de su postura en los árboles y adornan el suelo, ahora de color rojos y amarillos, responden a su presencia con aromas, sonidos y la inconfundible textura de pisar hojas de otoño. Entre los bosques, las hojas brindan a Paula una alfombra de bienvenida, una pequeña guía que seguir cuando se siente perdida.
Hace frío. Ese frío del que no puede abrigarse. Lleva unos guantes negros, un gorro de lana que se cubre de tenues y vibrantes gotas de rocío oceánico. El mar, el mar está lejos de este bosque, pero a Paula le gusta pensar que eso no importa, que el rocío que trae una marea furiosa, se deja suspender en el aire y que el viento, cómplice de aquel plan climático imposible, le transporta por los kilómetros que haga falta. Entre los bosques, las hojas se bañan de un rocío de orígenes imposibles, mientras Paula seca su rostro del rocío, mientras deja que las lágrimas se confundan con el mismo, que la sal de ese mar fantástico, se mezcla con la salinidad familiar de esas gotas tímidas que se agolpan tras sus parpados. Paula sueña con océanos, mientras vuelve la mirada al suelo del bosque y el tapiz amarillo le regresa la mirada, la invitación — imposible de negar — a caminar.
Como de diferente se sienten esos pasos. Tantas veces los ha caminado en esa soledad tan familiar, en la soledad que una bruja como ella está tan acostumbrada. Pero hoy hay algo fuera de lugar. Antes de darle nombre a las cosas, prefiere dejarlas pasar. Por lo menos tratar de observarlas mientras pasan. Como cuando tuvo ocasión de sentarse a ver pasar los barcos, y desde la orilla ver las grandes y blancas velas perderse en la infinidad de un horizonte hambriento, un horizonte insaciable a la espera de la siguiente embarcación que devorar bajo la roja línea de un atardecer perfecto.
Pero en el bosque no hay barcos. Hay hojas, Y algunos lugares solitarios donde sentarse. Y entonces desde el silencio dejar que las hojas que caen hagan las veces de barcos que se pierden en la nada. Y mientras sigue las…