La Ciudad Invisible

Andrés H.
3 min readMay 15, 2023

Suelen engañar las apariencias, cuando camino por la ciudad invisible.

https://unsplash.com/photos/z0rL2Kfxf7w

Suelen engañar las apariencias, cuando camino por la ciudad invisible.
Las paredes y muebles no suelen cambiar de lugar — salvo quizás en la horas de la noche, cuando los dedos de mis pies hallan con facilidad e ímpetu patas de mesa — las cosas permanecen en su lugar.
Si observas desde el cielo la ciudad invisible — desde un avión por ejemplo — será imposible notar los detalles que sin dudas están para los que saben observar. Te asomarás por la ventana y verás los edificios haciéndose más y más grandes conforme la distancia se acorta, y creerás que la distancia por ahora te va a mantener a salvo de las cosas que se esconden en la ciudad invisible.

Pero una vez los tiquetes han expirado y las tripulaciones han dado fin a protocolos de cabinas de avión y otras ceremonias de aeropuerto, te encontrarás de regreso en la ciudad invisible. Y quizás tome un tiempo, y quizás sea imposible notarlo en un principio y creas que tus ojos son suficientes, que te cuentan toda la historia. Que esa catedral sigue siendo blanca, que las calles siguen conduciendo a los mismos lugares, los sentidos parecerán suficientes. Ojos que verán la ciudad, tacto para sentir la fría primera pinta de cerveza, el olfato para reconocer los aromas de una primavera que se aproxima y gusto para volver a los cafés y restaurantes que se atreven a permanecer inalterados. Pero esa historia es insuficiente, y más temprano que tarde los pasos se harán más lentos y pesados. Los sentidos empezaran a dejar de ser fiables y los espectros que habitan la ciudad invisible, tendrán libertad para andar de nuevo por sus calles.

Creo que volvía a casa una mañana, caminando lento, sintiendo la cálida brisa de la primavera y los primeros rayos del sol, los pies agotados y el corazón ligeramente fuera de lugar. Pensé en el pasto, que pronto estaría cubierto de rocío y pensé en mí mismo cubierto de esa humedad de la mañana, mientras mis pasos son acompañados por el crujir de pequeñas piedras bajo mis pies. Me costó un momento notar mi propio rocío, son las lágrimas que me encuentro cuando camino por la ciudad invisible.

Es una parada de autobús, como otras cientos de la ciudad. Pero en la ciudad invisible, es única. Es la parada donde la vi por última vez. O por lo menos la última vez que pude verla con el corazón perfectamente abierto, que en la ciudad invisible nadie me hace preguntas o cuestionamientos. La ciudad invisible ha quedado congelada, y ese día nevaba, y mientras recorro de nuevo mis pasos ,sobre mis viejos pasos puedo volver a visitar antiguos monumentos, que la ciudad se encarga de preservar. Para presentarlos cuando bajo un poco la guardia.

Es una fiesta, son luces de colores. La recuerdo en un baile, en una locación diferente. A veces la ciudad invisible no conoce de locaciones o geografías, y sus asaltos tampoco respetan demasiado los estados de ánimo, las sonrisas de los presentes y la inegable alegría de algún momento jubiloso. Recuerdo el baile porque la recuerdo a ella, en esa gran sala en un gran edificio, en lo que hoy tan solo puede hacer parte de la ciudad invisible. Recuerdo sugerir mirar nuestros relojes, se hace tarde dije, es hora de volver a casa, y tímidamente preguntar, si no le molesta compartir un taxi. Una noche, una cama. Que el miedo solo puede existir al amanecer, y nos quedan unas horas antes de enfrentar el sol que revela los fantasmas que se esconden o de los que preferimos escondernos en la oscuridad.

¿Cómo dejar la ciudad invisible? Cuantas alteraciones harán falta. Cambiare de lugar los elementos de la habitación, de trabajo, de amistades, cambiare mi forma de dormir, y las horas en las que me permito mirar los espejos. Dejare ventanas abiertas, miraré las hojas de los árboles nacer en primavera y seré testigo de como caigan una vez Septiembre asome de nuevo en el calendario. La ciudad invisible seguirá allí, y yo, como su único residente permanente, esperare por el momento en que pueda recorrer sus calles, reemplazando el miedo, por algo de futuro y una sana dosis de olvido.

--

--