Manual para tener una cita en secreto

Andrés H.
5 min readJun 4, 2022

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En primer lugar, las partes involucradas deben estar de acuerdo para compartir el secreto. Es mejor si nadie lo dice, es mejor si nadie lo pregunta. Es mejor si ella sabe que aquello fue una invitación aun cuando la palabra cita no haya dejado los labios de él, es mejor si él espera que ella haya entendió, que la espera en la casualidad, que es en la casualidad el lugar en el que las más memorables historias deben ocurrir.

Deben estar muy seguros de estar desconectados de máquinas o artilugios que permitan seguir el ritmo de sus pulsos cardiacos. De otra forma el secreto se vería arruinado de forma instantánea cuando él, la vea entrar a ella con el vestido azul, ese del que suele quejarse, y cuando ella lo vea a él, esperando en una silla, fingiendo con disimulo que no le pesa el tiempo, que no le tiemblan ligeramente las manos cada vez que revisa su reloj y este le avisa que ha pasado un segundo más sin ella.

El saludo inicial debe ser igual de subterfugio. Si el tiempo y el espacio lo permiten es puntal el más sutil de los besos en la mejilla, aunque eso requiera la voluntad de un héroe griego. El, buscara con afán regresar a su lugar mientras le informa sin mucho ademán que ha guardado un puesto para ella, que la esquina de la mesa estará bien, que desde alli los verán a todos y podrán ser partícipes de las más animadas conversaciones a su alrededor. Desde allí podrán ignorar al mundo, piensa ella, mientras acepta la oferta y se sienta a la larga mesa. Los invitados — o más bien potenciales y peligrosos testigos — ya han empezado a llegar, y ella los observa a todos y está atenta a los movimientos sospechosos, más sin embargo un pie bajo la mesa le pisa distraído. Un suave pisón para bajar a tierra, un gesto que reconforta y le recuerda el porqué está allí. A su lado, él cumple su papel y en ocasiones debe abandonar su puesto de estoico guarda e ir a intercambiar saludos y palabras. Mientras ella le observa, velando el secreto, guardando el deseo bajo sus pestañas, contando los segundos de forma que no parezca que su mirada lleva demasiado tiempo perdida en la nada y que aquel gesto despierte inoportunas preguntas. Pero lo de ella es el subterfugio, siempre lo ha sido, y por eso desenterrar sus secretos le ha tomado a él la paciencia de un artesano, y en la espera él es un artesano. Está hablando con la gente, pero en realidad la espera, está trabajando largas noches, pero en realidad la espera, aquel largo paseo en bicicleta es tan sólo otro síntoma de la espera, está queriendo decir que la ama — y aunque quizás se equivoca — también elige la espera.

El siguiente paso consiste en la cirugía extractiva de los dos. Estarán allí, sentados a la mesa y cualquiera que se atreva a mirar solo con los ojos los va a encontrar allí, tan presentes como cualquiera de los otros invitados, tan reales como los platos de comida que empiezan a ser traídos en un orden desigual al el cual fueron ordenados. Están allí, más sin embargo una palabra puede ser suficiente para que aquel proceso de quirurjica extracción empiece, y entonces sean solo ellos dos, amparados bajo el velo de un secreto, dan inicio a la entrevista aplazada, a la casualidad convertida en concertadas preguntas, en puntuales respuestas, en anécdotas tan viejas que empiezan a convertirse en polvo. Otros invitados apenas y podrán notar, que dos de los comensales yacen a planetas de distancia, que basta una caricia casual, una excusa para tomar su mano — sabías que la línea de la vida de la palma de tu mano indica que tan larga será tu vida? tambien puedo ver prosperidad en tu futuro, y que ni se diga la línea del amor — para que el decida que debe hacer la siguiente pregunta, que debe conocer la respuesta a aquellas trivialidades sin importancia, porque de ellas ha comenzado a hacer una enciclopedia y como ávido estudioso colecta ahora esas piezas de conocimiento para usarlas como fundación y cimientos, sobre los cuales construir el amor, construirse a sí mismo. Porque hace ya un tiempo entendió que si ha de quererla, ha de hacerse pedazos primero, ha de explotar y dejar convertidos en escombros los miedos y excusas, deben quedar atrás las noches sin dormir, las ventanas abiertas que dejan escapar culposo humo de cigarrillo, debe enterrar ciertos nombres en la arena del mar, debe atar viejas cartas a juegos artificiales y verlos estallar en el cielo. Que exploten, que es tiempo para que las cicatrices dejen de doler, que puede volver a querer.

Escudados en la conversación transcurren las horas, la paradoja de que el tiempo que pasan juntos, es el mismo tiempo que se les agota, la paradoja de lo infinito del tiempo y lo poco de el que basta para cambiar una vida. La conversación debe transcurrir de forma normal y con algo más de espera, empezaran a observar cómo los invitados empiezan a despedirse. Lentamente la presencia de decenas de otras almas va siendo reemplazada por copas a medio vaciar en la mesa y meseros que recogen platos con celeridad mientras ruegan el final de su turno.

La noche entra en sus pequeñas horas. Ella sonríe entre largos silencios, porque el silencio también es conversación y él suspira, esperando que no se le acabe el aire. Los pasos se han seguido a cabalidad y todo parece estar en orden, la gente se ha marchado y nadie ha preguntado a cuál de los dos le duele más el corazón o cual de los dos suele ver en sueños al otro más a menudo, nadie se atrevió a perturbar el secreto, bien porque lo ignoran o bien porque saben que hay ciertas cosas que no les corresponde saber.

Se acerca el paso más crítico de la noche, cuando la multitud no es un problema cuando la brisa nocturna es compañía mientras esperan los taxis que han de llevarlos a casas separadas. Se acerca a ella y mientras contempla su rostro oculto en las sombras de la noche y pondera sus posibilidades, piensa que quizás es puntal dejar en pausa la espera, que puede reemplazarla solo esta vez, por algo más; por un beso lento bajo las estrellas, por un quédate solo por hoy, por una promesa de desayuno en la cama, de paseo de domingo en el bosque o una noche de estrellas en una habitación.

El último paso se deja a discreción del lector.

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