A mi vida querida, o cinco años desde que aborde un avión.
Quisiera decir que contar las horas es tan fácil como suena. Después de todo dejar paso al tiempo, requiere cero esfuerzo. Es inevitable, de hecho. No hacen falta calendarios o relojes, lo mismo da si es una vela que se derrite lentamente o un segundero que se mueve afanado. Eso no significa que sea una tarea fácil. De alguna forma, dejar pasar el tiempo es todo lo que podemos hacer, mi vida querida es ese espacio entre mi escandalosa llegada a este mundo y mi eventual — y espero pacífico — final. Lo que pasa en el medio es solo tiempo, tiempo que me arrulla de un extremo al otro, tiempo perdido. Todo el tiempo es perdido, por naturaleza irrecuperable y lo breve y frágil de mi vida querida, no lo hace diferente.
Hace cinco años dejaba que el tiempo pasara sobre en un lugar diferente. No había experimentado nieve o controles migratorios. Aguardaba por el momento de abordar un avión que me llevaría, lejos, muy lejos de mi familia y hogar. Mi vida querida se quedaba atrás, con la esperanza de dar paso a una nueva. Cambios, cambios. La vida llena de cambios y nuestras excusas para justificarlos o resistirlos. Cambios, promesas, ideas, sueños … Es casi un milagro que tantas cosas quepan en una maleta, la misma que oficiales de aduanas inspeccionaran en busca de sustancias sospechosas.
No miento — demasiado — si digo que no me produce mucho sentimiento de nostalgia mirar a esos días. Abordar ese avión y cambiar ciertas cosas era lo que parecía correcto, la mejor opción. Abordar un avión, buscar oportunidades en un país mejor — lo que sea que eso signifique — pasar el tiempo en un nuevo lugar, aprender que las horas son iguales lejos de casa, el tiempo sabe poco de geografía.
No deja de ser el lugar donde pase la mayor parte de mi vida querida, no deja de ser el lugar donde está mi familia esperando por volverme a ver de regreso, aunque siempre aguarde la promesa de una nueva despedida. Las tragedias y el tiempo también se acumulan a la distancia, y esa distancia quizás me sirve de barrera para evitar pensar en las cosas que, algún día, causaran dolor y pena. Sé que algún día recibiré llamadas con malas noticias, sé que el tiempo que pasa aquí, mientras prospero, es tiempo que para otros se agota, es decaimiento y perdida, es el ciclo de todas las cosas, y mi vida querida, no podemos escapar de ellas.
Luego los días siguen pasando, unos días son ahora casi cinco años, de ver cambiar los árboles de verde a blanco, y los días de largas horas de luz a los que puede parecer de inacabable oscuridad, en los que el reflejo de tenue luz de luna en la nieve es la guía más confiable. Aprendí algunas cosas del paso de las estaciones y en realidad, aunque las vi y sufrí, en muchas ocasiones me rehuse a aprender las lecciones. Usar la doble ropa interior en los inviernos no me parece muy cómodo, y aunque haga calor en los largos días de verano, antes verán el Sol caerse que a mí usando bermudas. ¿Por qué somos así mi vida querida? ¿Por qué aunque vemos las cosas cambiar y demandar cambios de nosotros, nos rehusamos, nos resistimos cuanto más podemos? ¿A qué nos aferramos? ¿Por qué nada duele más que aceptar estar equivocados?
Pero los cambios son irresistibles. De horas de estudio en bibliotecas bien iluminadas, a la rutina diaria en un lugar de trabajo. Los rostros del día a día que van cambiando en un carrusel de nombres, un álbum de personas que alguna vez vi, de las que alguna vez conocí sus nombres y sonrisas, y que ahora, ese mismo tiempo, erosiona inexpugnable de mi memoria, hasta que no quede nada. Cuanto no recuerdo ya, cuanto ya perdí para siempre en un mar de tiempo y memoria. Siempre fui terrible para guardar recuerdos, Las fotos no se me dan, y nunca agarre la compulsión moderna de fotografiar cada cosa. Supongo que tomo algunas, como cualquiera. Una foto a la salida de casa por la mañana, cuando la posición del sol amerita algo que compartir, o cuando en la noche el reflejo de edificios lejanos me hace olvidar ciertas distancias. No negaré que guardo ciertas chucherías y que el tiempo las ha graduado de amuletos y sortilegios; Pero un brazalete solo, no es un recuerdo, cartas y fotos solo son memorias si estoy ahí con ellas, si hay alguien que recuerde, de lo contrario, son tan solo guardapolvos que conservar en un cuarto abandonado hasta la siguiente mudanza.
Y cuanto recuerdo vida querida, cinco años de balancear esas cosas que dejo ir con facilidad, y esas que han de acompañarme hasta que tenga que decirte adiós. El largo carrusel de las personas, reducido a un pequeño — e increíble — grupo de amigos, y a largos días en soledad, caminatas de regreso a casa mientras sostengo, un boleto de bus en una mano, un abrazo incompleto en la otra y en el rostro la luz de un amanecer lento. Han sido así muchos días. Y los que nos quedan por delante, ¿no es así, mi vida querida? Comencé hablando de lo imparable del tiempo, de lo imposible que es quedarse varado en algún recuerdo para siempre. Siempre hay un momento después, un minutero que no se rinde, una tabla de rutas que anuncia el último autobús de la noche. Aprendí a temer un poco a los momentos siguientes. A que hay después de confesar un amor, a las despedidas que se acompañan de alguna promesa, aun cuando la incertidumbre del futuro es la única constante. No importa cuando logre, cuanto pierda o gane, el tiempo, ese es imposible de derrotar, ese sigue pasando sobre mí, cada instante diluido en los siguientes, cada instante para combatir el olvido. Que no nos olvidemos mi vida querida, que el olvido es la única muerte que tememos
I’ll break them all, no mercy shown
Heaven knows, it’s got to be this time
Watching her, these things she said
The times she cried
Too frail to wake this time— Ceremony, New Order/Joy Division