Salimos antes de que cerraran los museos

Andrés H.
4 min readApr 4, 2020

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Imagen de Peter H en Pixabay

Era miércoles hace semanas atrás, y como suele ocurrir cuando te espero mi corazón palpita acelerado.

Afuera de la estación de trenes la lluvia no da tregua, la primavera aún esta por verse y el invierno — aunque débil y qué apenas nos dio señales de nieve — no se da por vencido. Yo suspiro una vez más mientras reviso la hora en mi celular. Es hora, tu puntualidad empata con la mía y sé que en contados instantes te veré bajar del tren.

¿Es un cliché la lluvia en las historias de amor? quizás no lo es; no lo es en las que ocurren en marzo, o en febrero o en cualquier mes en que la lluvia este ahí para acompañar con acompasadas gotas los pasos de dos personas que salen a compartir una calle.

Si hubiera sabido que aquella sera la última vez que te vería en muchas semanas, hubiera dicho lo que estaba pensando. Y no era un simple hola ¿Como estas?

Te hubiera dicho que el color de tus ojos me hace pensar en mundos imposibles y lejanos, como planetas remotos en los que cosmonautas náufragos del espacio encuentran vida de nuevo. Que el dorado de tu cabello me recuerda al oro que vistieron reyes antiguos y a miel de abejas recolectadas por manos campesinas. Que tu sonrisa sincera se grabó en mi memoria desde hace algunas semanas ya, y que, quisiera confesar en tu oído que espero por el día de recibir el amanecer a tu lado.

Bajaste de tu tren y me viste. Intercambiamos las formalidades y noticias, tus más recientes desventuras en una clase, los inconvenientes de un tren que demora su llegada y lo molesto que es andar bajo la lluvia.

Pensar molesta como andar bajo la lluvia

Yo te digo que me gusta la lluvia, me recuerda a mi ciudad. Ese clima lluvioso y nublado que es perfecto para reflexiones tranquilas mirando desde la ventana de un autobús. Tu estas en desacuerdo, el clima lluvioso nunca sera de tu agrado y, no puedes esperar por el verano.

Quizás te conozco lo suficiente para saber que el verano tampoco te complacerá y que los largos días de Junio se convertirán — para los dos — en una nueva fuente de pequeñas quejas, quizás pequeñas excusas para hablar durante las iluminadas horas de la noche, comunes en estas latitudes.

Caminamos al museo. Hoy es gratis la entrada y probablemente eso sea un atractivo suficiente para ir. Quizás aún no lo sabes pero no necesito excusas para verte. Algo más que debí haber dicho hace unas semanas atrás y que ahora no me queda más alternativa que poner en pausa.

Caminamos por horas entre pinturas y obras de arte. deteniéndonos a admirar las que parecen más extrañas, comentando colores y figuras. No somos expertos en arte ni mucho menos, no necesitamos serlo para apreciarlo. Todo lo que necesito es tu compañía para comentar patrones, colores y caras graciosas en pinturas más antiguas que nosotros.

Nos sentamos a observar un gran cuadro. Santos revisando lo que parecen ser ser extensos pergaminos. O facturas médicas, o cualquier cosa. Allí una vez más el tiempo se detiene para los dos y yo me atrevo a mirarte de nuevo. Si hubiera sabido que aquella sera la ultima vez que te vería en semanas, no hubiera soltado tu mano. Hubiera detallado mejor el color de tus uñas verdes, memorizado cada destello para luego recrearlos en mi imaginación. Hubiera apreciado mejor la textura de tu viejo abrigo azul, de tus manos blancas y de mi propia piel, que tras tu tacto se siente diferente. Soy diferente, todo es diferente.

Hace poco que me mude a esta ciudad y todo es nuevo para mi, sin embargo desde que te conocí siento aún más, que debo redescubrirlo todo. Redescubrir el mundo a tu lado, y si la vida no me da tiempo para que sea el mundo entero, por lo menos que sea esté café que conozco, sigue, siéntate y ponte cómoda y déjame por una vez pagar la cuenta.

Redescubrir ¿Como se siente caminar por le muelle en tu compañía? ¿Como es de diferente ver el sol caer sobre blancas catedrales estando a tu lado? ¿Como sabe de diferente un trago de cerveza si al otro lado de la mesa estas tu sonriendo? Escuchar a las gaviotas frenéticas, observar barcos a la distancia, sentir el cabello despeinado, leer un libro en silencio. Extrañar, escribir, soñar, estar solo. Redescubrir.

Salimos antes de que cerraran los museos. Paseamos por las calles antes que lo hicieran los fantasmas. Recuerda todo aquello, todo aquello nos espera luego del miedo.

Hay muchas cosas que tengo por decirte, cuando recobremos esa habilidad subestimada — y que estúpidamente dimos por sentada — de encontrarnos mutuamente entre las multitudes.

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