Ser invierno

Andrés H.
3 min readAug 13, 2022

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Yo siempre fui invierno.

Mientras ella llevaba en su rostro la sonrisa de la primavera.

Me gustaba imaginar que su sonrisa era lo primero que se ponía al despertar, que su rostro florecía en colores con cada amanecer, con el tímido movimiento de sus párpados ante la invariable e ineludible luz del Sol. Y al abrirlos, al sacudirse el mundo del sueño, optaba por vestir esa sonrisa de primavera en su rostro, para blandirla como arma y escudo contra los poco astutos como yo.

Funcionaba muy bien.

Porque aunque yo era invierno, ella encontraba la forma de hacer agua mis glaciares.

Me gustaba pensar que la primavera resultaría triunfante sobre el invierno y el frío. Me gustaba pensar que yo podría ser primavera también. Porque aunque me quede a gusto cuando las hojas de los árboles se caen y las horas del día se hacen cortas, no deja de ser agotador ser invierno. Hace frío en la soledad, hace frío en la compañía, el café resulta insuficiente para mantener a raya ciertos pensamientos, ciertas ideas demasiado dificiles para explicar. Pero cuando estaba con ella, era un poco más primavera y aprendí entonces que las flores pueden germinar en un baldío.

Ella era primavera en el color de sus ojos. La primavera tambien tiene colores oscuros y en sus ojos negros, encontraba yo el combustible perfecto de mis suspiros. Me gustaba pensar que era capaz de encontrar un nuevo brillo en ellos cada vez, que no dejaría de sorprenderme de las cosas que puedo encontrar en ellos y que al hacer las preguntas correctas encontraría la respuesta a esas formas y brillos sutiles que conforman su mirada. ¿Es esto el vestigio de una lágrima? ¿Llora también la primavera? eso no lo sabia, pense que solo eramos tristes cuando se es como yo, que soy invierno. Pensé que cuando hay una sonrisa de flores en tu rostro es imposible albergar lágrimas. Pero yo me equivocaba, y ella procedió a explicarme cómo el rocío cubre las hojas de las plantas en la mañana, y sus pequeñas gotas congeladas en el tiempo en ocasiones evocan también el deseo de hacer lágrimas con los ojos. Ella era primavera, vestía flores en su sonrisa, y gotas de rocío en su mirada.

Me gustaba pensar que el curso natural de las cosas terminaría de deshacerse de las estaciones. Yo era invierno, ella era primavera pero que al final de cuentas seríamos solo dos. Pero en eso también creo que me equivocaba, que hay ciertas cosas condenadas a repetirse, ciclos inacabables de los que no se puede escapar y a lo que solo el tiempo nos acostumbra. Yo era invierno y en mi corazón guardaba ideas de las cosas que puedo hacer en el invierno; una caja de chocolates a medio comer, un conjunto de mantas para el frío. Una historia para contar con las ventanas cerradas y una bebida caliente en la mano. Yo era invierno y una suerte de ideas y sueños reservados para las horas de la noche.

Ella era primavera en el cabello. Que hace juego perfecto con el viento, que convierte el sol en destellos azabaches y aroma de rosas. Primavera de vientos arremolinados y cabelleras despeinadas, de aguardar bajo la sombra de los árboles. Me gustaba pensar que podía congelar esos momentos. En fotos, en memorias, en hojas de papel con tinta indeleble. Pero como antes siempre hubo falsedad en mis esperanzas. Las fotos se pierden el constante flujo de cosas que creemos memorables y dignas de preservar, la memorias nos traicionan, la tinta sucumbe al tiempo, y quizás su cabello de primavera empezaba ya a vestir los colores del otoño y mis cansados ojos, demasiado acostumbrados a los colores y las flores, fueron incapaces de ver.

Yo me quede siendo invierno, el cambio nunca fue lo mio, es mas facil decorar una habitación a oscuras. Ella dejó de ser primavera, por lo menos para mí, y se marchó en un barco, que de esa forma te evitas las largas esperas en aeropuertos, rodeado de artífices de la memoria. Y yo, tan solo espero que algún día, extrañar la primavera deje de sentirse como cometer un crimen a plena luz del día.

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