¿Qué hay bajo las capas y la complejidad de la condición humana? ¿Hay un algo al fondo de todo, un algo que podamos llamar la Verdad? Si lentamente vamos removiendo y dejando desnuda la idea del ser, de la humanidad, ¿Con qué nos vamos a quedar a la final? Y ¿Qué sentido tiene siquiera hacerse estas preguntas de cara a una existencia finita, donde la certeza de la muerte y el decaimiento es la única constante para todos nosotros?
Synecdoche, New York es un Film de 2008, escrito y dirigido por Charlie Kaufman — conocido por su trabajo de guionista en being John Malkovich así como Eterno resplandor de una mente sin retorno — y protagonizada de manera brillante por Philip Seymour Hoffman. Es una película que fracaso en toda métrica con la que se mide el éxito de un film moderno. El fracaso en taquilla y pobre recepción por parte de algunos círculos críticos, impidió que llegara a una audiencia mayor y termino enterrándola en el olvido, destinada a pequeños grupos, fans dedicados y audiencias particulares.
Se trata de una película enigmática, compleja y difícil de seguir. Pretenciosa y de algunas formas un poco difícil de ver. Ciertamente, es una de mis películas favorita.
Desde su nombre, empieza el enigma. Una sinécdoque — Synecdoche en inglés — es una figura retórica que se usa para representar una parte por el todo o viceversa. Cuando decimos el hombre, para referirnos a toda la humanidad o toda la especie humana, estamos haciendo uso de la sinécdoque. Ver un partido de futbol y decir “hoy Colombia le gana a Francia” es también una sinécdoque, no es literalmente todo un país que le gane a otro, usamos una parte (el equipo de futbol) para referirnos al todo. Desde su título, Synecdoche, New York, muestra su ambicioso — posiblemente imposible de conseguir — objetivo de representar el todo usando pequeñas partes de él.
Synecdoche, New York no es fácil de describir en términos usuales de trama, desenlace y personajes. Si bien la película los tiene, la belleza del film no recae en una trama satisfactoria o personajes creciendo y cambiando. Synecdoche, New York, es una conversación continua con temas existenciales, con personajes consumidos por trauma, dolor y sencillamente existencia. Synecdoche, New York, se permite construir un absurdo mundo donde las pequeñas tragedias usuales de la vida, cargan con un peso existencial que amenaza con ahogar a sus personajes.
El protagonista de la película es Kevin Cotard — nombre que hace alusión al síndrome de Cotard, una documentada condición médica en la que el paciente se cree ya muerto, o que ciertas partes de su cuerpo están muertas o muriendo — Cotard, es un director de teatro, quien se da a la tarea de replicar la vida misma sobre un escenario. En uno de los puntos álgidos de la película, Cotard proclama que “no se conformara con nada menos que la Verdad. Brutal, brutal”.
Desde el punto de vista de la trama, la obra de teatro de Cotard se va haciendo más y más compleja y expansiva, la tarea de recrear su propia vida en teatro lo lleva a crear un complejo gigantesco dentro del cual, a su vez, van apareciendo más teatros, donde diferentes partes de la vida de Cotard son representadas por actores delegados a representar el papel del mismo Cotard así como sus parejas y familia. Usando su Matroska existencial, Cotard busca encontrar ese arte puro y perfecto que sea capaz de capturar la esencia de la vida y la condición humana.
La película es compleja de seguir, diseñada para desorientar, con saltos temporales que ocurren en un parpadeo y sin mayor indicación a la audiencia. Los personajes tienen múltiples versiones de ellos mismos interactuando en diferentes líneas temporales, conforme la obra va creciendo, la división entre la realidad y la ficción de la obra se hace difusa hasta casi desaparecer, es todo una obra, es todo la vida.
Quizás esta complejidad es una de las razones por las que la película no alcanzo un público más amplio. Una crítica cultural moderna, es que las audiencias sencillamente no les interesa consumir proyectos más artísticos y que todo lo que la “masa” quiere es entretenimiento fácil y digestible. Y si bien, esta crítica no es del todo infundada y el público promedio prefiere el comfort de lo familiar a proyectos que demanden un poco más de él, la culpa no puede recaer exclusivamente en “la masa”. Las películas que se hacen y distribuyen tienen que ver con un sistema más grande y complejo. Los hábitos de consumo importan sí, pero las intenciones de las grandes casas empresariales del entretenimiento pesan tanto o más a la hora de decidir que películas verán la luz del día y cuáles se quedaran en notas e ideas para siempre.
Lejos de la complejidad y los trucos que pueden parecer nada más que “tonterías de artista”, Synecdoche, New York, balancea un mundo absurdo y complejo, enredado en los hilos de sus propias tramas y tragedias, es un mundo sureal y fantástico, aterrizado en la tragedia humana.
Kevin Cotard es un personaje patético. Lejos de ser el héroe al que apoyar o el personaje simpático que lograra sus metas y objetivos. Profundamente hipocondriaco, mal padre y mal empleador, románticamente frustrado y siempre al borde un ataque de pánico. Navega su existencia con una tristeza que se contagia a su alrededor, las personas en su vida terminan odiándole o rechazadole de alguna forma ante su incapacidad de conectar realmente con ellas. Demasiado absorto en su propia tragedia, mientras paradógicamente, el trabajo de su vida ha sido tratar exponer de la forma más honesta posible esa misma condición en el teatro.
Es común referirse a la película como una película triste y depresiva. Y lo es, Kevin Cotard parece moverse de tragedia en tragedia, y aun cuando no hay algo terrible ocurriendo en pantalla, se carga con una pesadez que recuerda a un moribundo. La película no se guarda a la hora de castigar su personaje principal, de mostrarnos la miseria de Cotard de forma implacable. Expuesto en sus momentos más vulnerables, pero a vez absolutamente incapaz de conectar con las personas a su alrededor.
“Ya sé cómo hacer la obra”
Proclama Cotard en un número de ocasiones, aunque nosotros sabemos que eso es una fantasía más. En la obra dentro de la obra vemos este momento ser replicado por actores, mientras el Cotard director observa desde la distancia, incrédulo de sus propias palabras y actores. Se está quedando sin ideas. No sabe como hacer la obra. Nadie sabe. En los momentos finales de la película, Cotard recibe un auricular que le da instrucciones. Levántate, camina, pide perdón, muere. Charlie Kaufman entrega uno de los monólogos más impactantes en las escenas finales de Synecdoche, New York. Cotard pide perdón por una vida de decepciones, el universo responde estando orgulloso de él.
La película puede tener una lectura profundamente nihilista y pesimista. Es una lectura que prefiero resistir.
Es fácil dejarse llevar por el nihilismo, por lo oscuro de toda la situación, por lo patética de la vida de Cotard y declarar que toda la existencia carece de significado. Que la constante marcha hacia la muerte y decadencia, que la inevitabilidad de las tragedias humanas es suficiente para querer rendirse, renunciar a la existencia, y dejar ganar al vacío, aun con todo eso, Cotard insistirá hasta sus momentos finales que ya sabe como hacer la obra.
Synecdoche, New York, se resiste a conclusiones finales. Es un film pretencioso a todas luces, no necesariamente del gusto de todos, y complejo en más de una forma. Por eso vale la pena verlo más de una vez, en cada nueva visita hay lago nuevo que descubrir.
Hay una tendencia moderna a la hora de ver cine y TV, de tratar de desbaratar una obra. De aproximarse a la crítica y análisis como si se tratara de armar un rompecabezas, de encontrar huevos de Pascua o cosas ocultas o las referencias. Es una lectura que encuentro poco productiva y aburrida. Esas cosas están ahí, y podrán ser de algún interés o entretenimiento, pero las grandes obras lo son por lo que demandan del público, cuando la obra termina y te das cuenta de que no hay rompecabezas para armar, que las piezas que buscas se quedaron en casa, enterradas entre remordimientos, traumas y el pasado, y que ponerlo todo junto costara tan solo una vida, y puede que ni siquiera eso alcance, mejor empezar hoy. Siempre se puede empezar una nueva obra, aunque el final de todas, sea el mismo.