En algún lugar del norte de España, hay una cueva.
La cueva de Las Chimeneas, un espacio reducido donde apenas puede caber una persona o dos, lejos de la luz del sol, es el hogar de arte de más de 18000 años de antigüedad. Lejos de la luz, los turistas y los elementos, las marcas en carbón que nuestros ancestros dibujaron allí, permanecen congeladas en el tiempo, como testimonio y prueba, de que el arte puede existir en la oscuridad.
El motivo exacto de la existencia de dichas imágenes, es razón de debate y dada la naturaleza del problema — es sencillamente imposible interrogar con precisión el espacio mental de nuestros ancestros hace 20 mil años — es probable que nunca tengamos una respuesta completa. Aun así, la idea de que incluso en la absoluta oscuridad de una cueva, vale la pena crear y hacer arte, no deja de ser interesante.
Por razones como esta, me encuentro pensando en la cueva de Las Chimeneas, luego de finalizar la serie original de HBO, adaptada del libro del mismo nombre Station Eleven (2021–2022).
La serie narra la historia de un postapocalipsis, una gripe letal acaba con la mayoría de la población, y nuestros personajes se ven envueltos en todas las preguntas usuales en esta clase de escenarios.
La serie sigue principalmente la narrativa de Kirsten, una niña quien al verse separada de su familia en el día cero de la infección, es acogida y cuidada por dos extraños, Jeevan y su hermano Frank. Sin embargo, la serie trata sobre mucho más que el sobrevivir en un mundo que ha sufrido una tragedia irrecuperable.
Hasta relativamente reciente, las historias postapocalípticas se enfocaban en la mecánica de supervivencia. Las dificultades de obtener suministros, recursos, de lidiar con asaltantes y otros actores peligrosos; la implicación siempre suele ser, que aquel mundo, donde los gobiernos centralizados y las estructuras sociales como las conocemos están ausentes, es un mundo sin ley y orden y donde la humanidad sencillamente se va a revertir al salvajismo y la violencia. Es una idea tentadora, la idea que ya lo tenemos todo descifrado, que preservar el status quo, es equivalente a preservar la vida como la conocemos y cualquier paso que demos en otra dirección es un paso a la barbarie. Naturalmente, esto no es del todo cierto.
La idea de que el único posible estado en el evento del colapso de la civilización es uno de barbarie, desafía un poco la evidencia arqueológica reciente. De cualquier forma, la gran mayoría de la existencia de la especie humana, ha tenido lugar fuera de estructuras jerárquicas y sociales demasiado rígidas. Libros como The Dawn of Everything por David Wengrow y David Graeber pintan una imagen más completa e interesante de la vida humana fuera de la idea de civilización occidental.
20 años después del día cero, Kirsten es parte de un teatro ambulante, la Sinfonía Viajera. Ella y sus compañeros, recorren en círculos las inmediaciones del lago Michigan, presentando obras de Shakespeare para los pequeños enclaves de humanidad que permanecen. La serie es brillante en la forma que conecta las historias del pasado con el presente y como las narrativas de los diferentes personajes se van entrelazando, temática y físicamente. Trauma, perdida, arte, superación y supervivencia, son algunos de los temas que aborda la serie. Los vehículos que usa la Sinfonía Viajera, llevan escritos con orgullo la frase: Survival is Insufficient, una sólida declaración de intenciones, y referencia a un texto que existe dentro de la serie — El comic Station Eleven — del cual personajes toman interpretación y motivaciones.
Una crítica que puede escucharse por parte de personas que no son muy afines a la fantasía o ciencia ficción, es la crítica apelando al realismo. Criticar o cuestionar que tan realista es que un pintoresco grupo de diversos actores y artistas, se dedique a hacer arte en el fin del mundo, o que tan “real” son las interpretaciones o acciones de los personajes en estas circunstancias. Cuando pienso en ese tipo de críticas, pienso en las cavernas de Las Chimeneas. O en cuanto esfuerzo humano creativo nunca llega a ver la luz, y aún así, lo hacemos, porque es lo que hacemos. La misma serie parece consciente de este criticismo; Miranda — Uno de los personajes — pasa décadas trabajando en su comic, antes de que siquiera una persona pueda leerlo. El Comic termina siendo una especie de refugio para Kirsten —además de un eje temático qué conecta varios personajes — quien lo releerá durante años, manteniéndolo siempre en su mente, como recuerdo del pasado y como faro en días oscuros.
La ficción tiene el poder, el deber incluso, de ponernos en situaciones irreales/falsas — por definición — y aun así evocar las cosas que experimentamos y sentimos en la realidad. Enfrentarse a un producto mediático, cine, televisión, libros etc, es más enriquecedor cuando mantenemos una mente abierta, a ir más allá de la etiqueta de entretenimiento y salir de la zona de confort y pensar, como emociones e ideas despertadas por un material audiovisual, pueden conectar tan bien con nuestros propios sentimientos y experiencias. No hace falta haber vivido un apocalipsis mundial para experimentar sentimientos de abandono y perdida. El trauma es universal, para los coloridos personajes de la Sinfonía Viajera y para los humanos de carne y hueso que comparten este Metro conmigo. Y la forma como articulamos y compartimos dichas experiencias, resistirá pandemias, erupciones volcánicas, crisis económicas mundiales o las menores inconveniencias del día a día.
Station Eleven, con su apocalipsis verde, sus coloridos personajes vestidos en raros trajes, recitando las palabras del bardo Shakespeare para una reducida humanidad, parece ser el recordatorio de las cosas que importan, que importarían si llegáramos a perderlo todo. Ni Kirsten ni ninguno de los otros personajes se levantaban cada día pensando algo como “cada día más cerca de mi sueño, de andar con un teatro ambulante” o como si todas las tribulaciones y traumas previos sirvieran con el único propósito de crear arte. Arte parece ser el resultado inevitable de la experiencia humana, de las cosas buenas y memorables, pero también de las tristes y traumáticas.
Siempre habrá dibujos en las paredes de la caverna.
…I remember damage…
…Then escape…
…I’m at my best when I’m escaping.
I have a job to do I still have a job to do.
I have found you nine times before, maybe ten, and I’ll find you again. I always do.