Quien vive en las estrellas
¿Cómo estás Ada? Espero que estes bien. Cuando pregunto por ti no suelo obtener respuestas. Los hombres del espacio me dicen que tu posición exacta en las estrellas es un secreto de seguridad nacional, y que es mejor no sea revelado al público.
Quizás piensan que soy un espía. Que el tiempo que pase a tu lado los años antes de que te marcharas al espacio, los use para espiar tus secretos. Es cierto, en parte por lo menos. Podría llenar alguna enciclopedia con las cosas que aprendí de ti, con las que recuerdo y también con las que no muy bien, pero que estoy dispuesto a inventar un poco, si es lo que hace falta para completar esa colección de memorias.
El planeta sigue como lo recuerdas. Por lo menos si no haces demasiado zoom a la cosas. Me pregunto, si desde la ventana de tu nave era posible ver la Tierra mientras te alejabas a velocidad inconmensurable. Por cuánto tiempo la viste poco a poco se va convirtiendo en un punto azul y pequeño hasta desaparecer en la inmensidad del espacio. La Tierra sigue siendo ese punto azul, si lo miras de lejos. Si te acercas un poco más empezarás a distinguir sus continentes océanos y formas que tardaron millones de años en formarse. Acércate un poco más y los detalles que hacen este lugar magnífico empezaran a emerger, bosques, ríos, montañas, bajo las nubes siempre hay una maravilla que encontrar. Menciono estas cosas Ada, quizás pensando un poco que se te han podido olvidar algunas cosas. Después de todo, la memoria no es infalible y no se que tan a menudo te puedas detener a pensar en el lugar que dejaste atrás. Así que permíteme recordarte, por unos instantes, lo hermoso que es el mundo.
Puedes seguir haciendo zoom y acercándote, y los detalles de las cosas que hicimos van a empezar a aparecer. Las ciudades como grandes manchas luminosas en la noche, colonias inagotables y ruidosas, incansables y eternas. Parece que siempre estuvieron ahí, eternas e inalteradas, nos cuesta imaginar un mundo sin esas cosas que hemos creado en él, pero bien sabrás Ada, como en el gran orden del tiempo y las cosas, nuestros mejores y más brillantes logros no son sino una mota de polvo.
Pero aun así, puedes seguir acercándote, y comenzar a poner rostros en las ciudades, detalles en las casas, colores únicos de calle a calle. Recuerdas Ada, ¿cómo es eso de moverse a una nueva ciudad por primera vez? esa emoción extraña de estar fuera de lugar pero aun así, sentir que poco a poco puedes aprender del lugar, a pertenecer allí. Me pregunto si así también se siente dejar la tierra, y viajar al vacío del espacio, aunque si tuviera que adivinar no lo es, es más difícil poner rostros a la nada.
Que tal si de las te acercas un poco mas, y te alejas un poco de las casas que nos resultan familiares, las calles de las que solemos olvidar los nombres — pero que recordamos a la hora de pedir un taxi en horas de la madrugada — y te fijas en una casa, nuestra casa Ada. Quizás fueron varios los lugares que con el tiempo llamamos hogar, pero lo cierto es que nunca fueron las paredes, los muebles, las plantas o adornos las que nos hicieron posible este evento casi místico de compartir una vida. Tampoco fui yo, yo cargo con muchas cosas pesadas en las maletas que nunca desempaque del todo. Creo que tampoco eras tu, porque siempre guardaste secretos — como el deseo profundo de volar al espacio — pero creo, que entre los dos, era un poco más fácil correr la cortina de lo cotidiano y descubrir cómo es eso de sentirse menos solo.
Ada, cuanto te extraño. Ya perdí la cuenta de los días desde que te fuiste. En la casa no se permiten calendarios. La única forma que tengo de apaciguar ese vacío es salir a mirar a las estrellas. Hace invierno afuera Ada, y recordarás que aunque me cueste admitirlo, el frío no es lo mio. Pero salgo en las noches a caminar por ciertas calles a devolverme sobre ciertos pasos. Recuerdas que soy un animal de costumbres, que raramente cambio mis rutas o caminos — y si fuera un inmortal que ha de vivir para siempre, seguro mis pasos serían marcados en la piedra, inmortalizados en el granito de la repetición — Pero aun así de cuando en cuando puedo desarrollar un hábito nuevo. Mirar a las estrellas es lo que hago, no importa si hace mucho frío afuera, porque cuando no hay nubes, tengo la certeza de poder encontrarte entre lo imposiblemente enorme del firmamento. No importa lo que los hombres del espacio digan o el silencio con el que me encuentre al finalizar una carta. Pude encontrarte una vez, entre las coincidencias y multitudes, entre los afanes y cosas que poco importan en la vida, puedo encontrarte una vez más, ahora que yaces perdida entre las estrellas.
Duerme bien Ada, acunada para siempre en la inmensidad del espacio. Pero nunca en el olvido.